lunes, 21 de febrero de 2011

[Desde el corazón] by Bianchi [YamaGoku]

Todos estaban disfrutando de una agradable cena en la base Vongola después de un largo día de entrenamiento. Sin embargo, los chicos no podían ocultar su agotamiento, Yamamoto incluso cayó dormido en la mesa. Tsuna charlaba animadamente con todos, sin embargo notó a Gokudera demasiado callado. No era que se le viese cansado, sino más bien se le veía distante, en otro mundo, lejos de sus amigos. Tsuna no pudo evitar preocuparse por él.
-Gokudera-kun, ¿por qué no te unes a la conversación? –le preguntó Tsuna.
-Lo siento décimo –respondió Gokudera levantándose de su silla sin haber probado bocado.
Salió de la habitación sin decir una palabra más. Su hermana Bianchi lo observó marcharse con gesto de preocupación y culpabilidad en la mirada, sin embargo, continuó dándole de comer a Reborn como si nada. Tsuna se quedó preocupado por Gokudera y se preguntó si Bianchi tenía algo que ver con lo que le pasaba.
Una vez hubo terminado la cena y las chicas lo hubieron recogido todo, en la cocina solo quedaron Yamamoto (quien todavía estaba durmiendo sin haber probado absolutamente nada de su cena) Tsuna y Reborn, quienes estaban hablando. Aún preocupado por lo que le pasaba a Gokudera, Tsuna se lo hizo saber a Reborn.
-No debes preocuparte por él –le dijo el arcobaleno-. Gokudera ha tenido una infancia difícil, tal vez Bianchi le dijo algo que le molestara para motivarlo más en su entrenamiento.
-¿Infancia difícil? –Tsuna cayó en la cuenta de que no tenía ni idea del pasado de Gokudera en Italia hasta que un día apareció en Japón para ser su mano derecha. Reborn lo sabía, así que asumió que debía contárselo.
-Verás, Gokudera proviene  de una familia mafiosa de Italia –comenzó a contar Reborn-. Concretamente es el hijo del capo, igual que Bianchi. La diferencia entre ellos dos es que Bianchi es la hija legítima del capo, Gokudera no.
Tsuna se sorprendió al oír aquello. ¿Gokudera y Bianchi no eran hijos de la misma madre? ¿Tal vez era aquello lo que hacía que Gokudera tuviese cierto resentimiento hacia ella? (Aparte del largo envenenamiento  en su infancia).
-La madre de Gokudera era una respetada pianista muy famosa en Italia –prosiguió Reborn-. El padre de Gokudera fue cortejándola poco a poco en secreto. Un día ella llegó a la residencia de la familia con un pequeño en brazos, insistiendo en que era el hijo del capo. Ello hizo que le quitaran al niño. El padre de Gokudera le permitió que fuese a ver a su hijo sólo tres veces al año, y no podía decirle que ella era su madre. Bajo estas condiciones, ella visitó a Gokudera durante unos cuantos años. Para Gokudera tan sólo era una mujer encantadora que le enseñaba a tocar el piano –Tsuna escuchaba conmovido la historia de Gokudera mientras Yamamoto seguía inmóvil durmiendo en la misma posición-. Pero un año, la madre de Gokudera murió en un accidente de coche –el décimo Vongola quedó paralizado ante la noticia-. Al parecer alguien manipuló los frenos de su coche, y al ir a ver a su hijo el día de su cumpleaños se salió de la carretera precipitándose al vacío.
-¿Fue cosa del padre de Gokudera? –preguntó Tsuna.
-Seguramente –respondió Reborn, completamente serio-. Pero no hay pruebas de ello. Gokudera se enteró de quién era su madre cuando tenía ocho años, se lo oyó decir a una criada. Fue entonces cuando huyó de casa –prosiguió Reborn-. Pasó los años en la calle solo, sobreviviendo como podía, metiéndose siempre en peleas… Por eso cuando se enteró de que tú ibas a ser el décimo Vongola vino aquí, simplemente para tener un lugar al que permanecer y defender ese lugar hasta la muerte.
-Ya veo… -musitó Tsuna.
-Así que es eso lo que le pasa –dijo Yamamoto, alzando la cabeza de repente.
-¡Ya-Yamamoto! –exclamó Tsuna, sobresaltado.
-Jajaja. Lo siento, Tsuna –dijo Yamamoto-. No quería interrumpir a Reborn, así que hice como que dormía.
Reborn esbozó una sonrisa. Sabía que Yamamoto haría algo por Gokudera para no dejarlo así.
-Bueno, Tsuna, es hora de que sigas con tu entrenamiento –dijo, saltando de repente de su silla y dándole una patada en la cara al Vongola-. Iré a ver como lo haces.
-¡Vale! ¡Pero no hace falta ser tan brusco, Reborn! –protestó Tsuna.
Ambos salieron de la cocina y dejaron solo a Yamamoto. El espadachín comenzó a pensar algo que pudiese animar a Gokudera. Lo cierto era que, con el entrenamiento que estaban teniendo, Gokudera y él apenas habían tenido tiempo de estar juntos, por no decir casi nada, así que no se le ocurría qué podía hacer para que él se sintiese mejor. Falto de ideas, decidió que lo mejor sería ir a hablar con Bianchi. Cenó rápidamente, pues estaba muerto de hambre, y salió corriendo en busca de la hermana de Gokudera.
La encontró en su habitación, una estancia realmente grande. Ella estaba tocando el piano. Paró cuando vio que Yamamoto estaba plantado en la puerta, sin saber si interrumpirla o no. La muchacha tenía una ligera idea de por qué había venido a verla.
-Esto… Hola –dijo Yamamoto, sin saber muy bien cómo plantearle el tema-. Reborn me contó lo sucedido con Gokudera y su madre…
-Sí, me imagino que lo contó a las personas más importantes en la vida de Hayato –respondió ella, esbozando una leve sonrisa-. Lo cierto es que quiero que se esfuerce en este entrenamiento, es por ello que herí sus sentimientos.
-Ya veo… -dijo Yamamoto-. La cosa es… Me gustaría prepararle una sorpresa para que estuviese más animado, pero… -Yamamoto bajó la mirada, apenado-. No se me ocurre qué podría hacer yo.
Bianchi cerró los ojos, sonriendo. Se levantó del asiento del piano y puso una mano sobre el hombro de Yamamoto.
-Aunque no lo demuestre, Hayato agradece mucho que estés a su lado lo máximo posible –dijo ella-. Pero hay veces en las que es muy difícil hacer que vuelva a ser él mismo…
-¡Pero tiene que haber alguna forma! –protestó Yamamoto, obstinado en creer que debía hacer lo que fuese para animar a Gokudera.
-¿Qué estarías dispuesto a hacer por él? –preguntó Bianchi-. ¿Hasta dónde llegarías?
-Yo… Daría hasta mi vida por él –respondió Yamamoto con firmeza en la mirada-. Haría lo que fuese por volver a ver su sonrisa.
Bianchi sonrió, satisfecha. No iba a dejar al alcance de cualquiera la forma de acceder al corazón de su hermano, ya que, aunque no fuesen hijos de la misma madre, ella lo quería y se preocupaba por él. Sabiendo que podía confiar en Yamamoto, fue hacia su escritorio y sacó de uno de los cajones una partitura. Se la entregó al muchacho.
-Es una canción que le tocaba su madre cuando era niño –le dijo-. Es una nana.
Yamamoto miró la partitura. Entendía lo que Bianchi esperaba de él. No tenía ni idea de cómo tocar un piano, pero por Gokudera aprendería a tocar hasta la flauta travesera si hacía falta. Inmediatamente se sentó en el banquete del piano y comenzó a mirar las teclas. Bianchi lo observó atentamente durante cinco minutos, hasta que se apiadó de él y le dijo qué tecla era cada nota. Con esta pequeña ayuda, Yamamoto comenzó a tocar el piano, aunque con torpeza.
-Me parece que hoy me buscaré otro sitio donde dormir –dijo Bianchi, satisfecha-. Que tengas suerte, Yamamoto.
El chico no contestó, estaba demasiado concentrado en aprender aquella nana para que Gokudera volviese a sentirse bien. No importaba cuanto le costase, Gokudera volvería a sonreír. Pasaron los minutos y las horas, Yamamoto no durmió aquella noche, pero todo aquel esfuerzo dio sus frutos, ya que había logrado aprender la nana de Gokudera a la perfección. No perdió el tiempo y salió corriendo de la habitación en busca de Gokudera.
Lo encontró en la biblioteca, dormido sobre un montón de libros. Yamamoto se acercó, sin saber si debía o no despertarle. Las gafas se le habían torcido y mechones de pelo se habían soltado de su coleta. Yamamoto no pudo evitar pensar que estaba hermoso de todas formas. Alargó la mano para quitarle las gafas y que durmiese más cómodamente, pero entonces Gokudera se despertó.
-¿Se puede saber qué haces aquí, idiota del béisbol? –preguntó Gokudera de mal humor, incorporándose mientras se frotaba los ojos y se colocaba bien las gafas.
-Siento haberte despertado –respondió el otro.
-No, está bien –dijo Gokudera desperezándose-. He de seguir con esto.
-Gokudera…
-¿Qué quieres? –preguntó con esa brusquedad que era tan típica en él.
-Tan sólo ven.
Yamamoto lo cogió de la mano y lo llevó fuera de la biblioteca. Al principio Gokudera protestó, pero viendo que no le quedaba otra, decidió que era mejor dejar que Yamamoto le mostrase lo que fuese para luego volver a concentrarse en el trabajo. Se percató de que iban hacia el cuarto de Bianchi.
-Eh, espera, yo no quiero entrar ahí –dijo Gokudera, deteniéndose en la puerta.
-No estará ella, te lo prometo –insistió Yamamoto-. Tan sólo ven.
A regañadientes, Gokudera siguió a Yamamoto al interior del cuarto de su hermana. Lo hacía simplemente porque él le importaba, y sabía que llevaban un tiempo distanciados. Pasar por lo menos un poco de tiempo más juntos antes de volver al entrenamiento. Pasar algo de tiempo juntos antes de infiltrarse en la base Mellone, porque quién sabía si iban a poder regresar.
Se sorprendió cuando Yamamoto se sentó en el banquete del piano de su hermana. Gokudera se sentó a su lado, preguntándose cuando había aprendido Yamamoto a tocar el piano. Cuando éste último comenzó a tocar, abrió los ojos con sorpresa al reconocer la melodía que tocaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas, sus puños se cerraron mientras él se contenía por no llorar, aunque era inútil. Yamamoto seguía tocando, tocaba con el corazón para que Gokudera se sintiese bien, para que Gokudera se diese cuenta de que no estaba solo, de que no volvería a estar solo nunca más. Yamamoto estaba entregando su corazón a Gokudera con aquella pieza de piano, igual que su madre lo había hecho tiempo atrás cuando la tocaba para él.
-Ya… Yama… moto… -musitó Gokudera.
Yamamoto terminó de tocar elegantemente y posó una tierna mirada sobre Gokudera, quien apenas podía ver nada debido a las lágrimas. Yamamoto pasó un brazo sobre sus hombros y lo atrajo hacia él en un cariñoso y tierno abrazo que hizo que Gokudera se deshiciese en lágrimas finalmente. Yamamoto lo abrazó fuertemente.
-Gracias… -susurró Gokudera, más calmado- Yamamoto…
-Yamamoto no es feliz si Gokudera no es feliz –musitó Yamamoto acariciando el cabello plateado de Gokudera.
-¿Cómo lo supiste…?
-Tu hermana me dijo como –respondió-. Sabes que ella también te quiere.
-Sí… Más tarde se lo agradeceré –dijo Gokudera, sin soltarse del abrazo de Yamamoto.
Yamamoto sonrió, satisfecho. Al parecer, Gokudera ya se había desahogado, ya se sentía mejor y no le guardaba rencor a su hermana por lo que fuera que ella pudiese haberle dicho. Permanecieron así sentados, en silencio, durante un rato.
-Gokudera…
-¿Sí?
-Te amo.
-Yo también –dijo, tras unos segundos de duda, pues no era un chico muy dado a expresar sus sentimientos.
-Pase lo que pase en la base Mellone, Gokudera… -prosiguió Yamamoto-. Regresaremos.
-Sí…
-Y… Volveré a tocarte esta canción…
…Una canción cargada de sentimiento…
…una canción nacida del corazón…
…de las personas que más te aman en el mundo…
…una canción que es para ti, Gokudera…
…de tu madre…
                                                                                                    …y de mí.



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